Gárgolas insomnes

Noviembre 28 de 2009

I

Yo practicaba karate en la oscuridad a las nueve de la noche, camuflado entre las sombras sobrepuestas de los árboles. Ella sondeaba la penumbra, la tenue luz de los faroles y el reflejo de la luna filtrada por el ramaje y el cableado eléctrico, mientras se hacía una cola de caballo con su cabello; vestía mallones negros, y un pequeño morral pendía sobre su cadera. Al llegar el turno de mis abdominales, caminé unos segundos a sus espaldas y portentosos glúteos y muslos; ella volteó instintivamente y yo fingí indiferencia; hice veinte escuadras consecutivas que suelo hacer de diez en diez, como si esta vez las hormonas me hubieran estimulado; ella también fingió indiferencia y se arremangó los mallones, dejando al descubierto unas pantorrillas musculosas de tamaño proporcional al resto de su cuerpo; subió por un tubo hasta lo más alto como quien trepa una palmera para arrancar cocos y su espectáculo resultó indescriptiblemente cachondo, anatómicamente inquietante. Calculé que tendría la mitad de mi edad y por lo menos cinco centímetros más de estatura. Es quizá lo mejor que podría ocurrir en este momento de mi vida, pensé, pero en seguida volví a la soledad resignada; saqué del carro unos chacos negros de esponja tatuada con dragones dorados y, en el camino de regreso a las sombras de los árboles, una desinhibida voz gritó: "¡Yo hago kendo!". La continuación de este relato ya es canción: Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres...

II

Llegué al parque de Copilco a mitad de la noche; guardé la llave del carro en la bolsa de la calceta y percibí una fétida presencia. "Vámonos de aquí", dijo mi otro yo y, al voltear, me encontré con mi propia sombra y un perro de raza peluda y enana, evidentemente sucio. Me alejé del gimnasio de metal con piso de cemento al aire libre sin respirar por el pasillo que surca el pasto bajo los árboles. Mi sombra caminó en silencio detrás mío y atrás de ella el hediondo perrito; mi sombra lo ignoró o, como quien dice, le hizo el feo, hasta que la otredad, quizá más inteligente que instintiva, se apartó de nosotros, dejando un rastro postrero de su pútrido tufo. "Se me hace que eres tú", le dije a mi sombra y me acerqué a olerla mientras ella movía la cola entusiasmada; entonces advertí que no tenía olor y la pestilencia canina se dispersaba. Comencé mi ejercicio, y mi sombra se echó al pasto, en donde parecía dormir o dormitar, pero cuando llegué a la rutina de saltos, se emocionó y echó encima de mí, ensuciándome de lodo. "No, no hagas eso", le dije, señalando su cara con el dedo en un tono de autoridad amenazante y, en cuanto le di la espalda, me mordió una nalga. "¡Cálmate!", grité al girar de tal modo que mi sombra presintió una patada que yo todavía ni siquiera pensaba y se alejó varios metros en un segundo. Continué mi ejercicio hasta que vi a mi sombra jugando con la botella de agua que yo había dejado lo más alto posible para que no estuviera al alcance de los perros. "Pinche sombra", pensé, y la llamé con un aplauso; ella corrió hacia mí y dejó a mis pies la botella de agua. "Mira cómo la dejaste", reproché. "¿No te da pena?" Y mi sombra ladró por primera vez desde que llegué. "Eres una sombra muy sucia", le dije, y me respondió con una mordida en el muslo. "Ah, te gusta jugar sucio", comenté, y mi sombra se echó encima de mí por segunda vez, embadurnándome de lodo. "Qué sucia eres", le dije. "Vete a jugar por allá", y sorprendentemente obedeció... Cuando regresé al coche para irme, lo hizo también mi sombra; parecía pedirme que la llevara conmigo, pero en donde vivo no hay espacio para una sombra más, así que la dejé allí, un poco triste.

[] Iván Rincón 9:38 PM

Noviembre 19 de 2009

23:00

Al bajar, me encuentro en las escaleras con el desadministrador del edificio y su hermana. "Ya te demandé", le digo. "Ah, ¿sí?", pregunta. "Sí, por quitarme el agua", respondo. "Ah, ¿sí?", vuelve a preguntar. "Sí, y por dejar basura en mi puerta", agrego. "Ah, ¿sí?", pregunta de nuevo. "Sí, y si me siguen chingando les voy a romper la madre a los dos", remato. "Ah, ¿sí?", pregunta por cuarta vez. "Pues yo te la voy a romper a ti", fanfarronea. "A ver, pendejo, quiero ver que lo intentes", le digo dando un paso hacia él, sin dejar más distancia que la indispensable para impulsar un cabezazo en la cara o un rodillazo en los bajos. "No tengas miedo", le dice a su hermana, una bestia abominable. "No te espantes". Y la empuja hacia mí. Ella pasa a mi lado y murmura: "Si tanto le molesta vivir aquí, ¿por qué no se cambia?"

-¿Por qué no se van los dos a chingar a su madre? -pregunto a mi vez-. ¿Por qué no chingan mejor a su madre? ¿No tienen? Yo me quedo y ustedes se van a la chingada. ¿A dónde prefieren que los mande? ¿A la cárcel o al hospital?

-¿Qué quieres? -pregunta él.

-Aplastarte la cara, cucaracha -respondo sin levantar la voz para no alertar a otros vecinos.

El monigote palidece y usa como escudo infrahumano al adefesio. "No le hagas caso", le dice...

Creo que debería darle, por lo menos, un empujoncito, para verlo rodar por las escaleras, pienso, pero nomás lo pienso y me contengo.

23:30

Escucho unos pasos detrás de mí y volteo. Un policía preventivo se aproxima entre las sombras del parque, ametralladora en mano. "¿Qué haciendo?", pregunta. "Ejercicio", contesto. "¿Me enseña una identificación, de favor?", vuelve a preguntar. "No", contesto de nuevo. "¿Por qué no?", pregunta otra vez. "Porque está en el carro", contesto a mi vez.

-¿Dónde está su carro?

-Ahí...

El policía observa el coche y yo su ametralladora. "¿Qué es eso?", pregunto. "Un arma", responde.

-¡Ya sé que es un arma! ¿Pero qué... es una ametralladora?

-Algo así.

¿Qué, estamos en guerra?, pienso, pero nomás lo pienso y me contengo.

-Sólo tenga cuidado -me aconseja el guardián del orden, dirigiéndose a su puesto de combate.

01.45

De regreso a donde "vivo", por llamar así a lo que hago cotidianamente, encuentro un mensaje del desadministrador del edificio pegado con cinta adhesiva en la pared de cada piso. Con puras mayúsculas subrayadas y una sintaxis garrafal, el texto puede resumirse así: "Me dijo mariquita y ya no le voy a prestar mis muñecas".

Vaya noche, comenta mi otro yo, y una suerte aleatoria de la memoria me recuerda la frase de una niña en El Correo Ilustrado: "Piensa, Bush, nomás te estoy mirando".

[] Iván Rincón 9:14 PM

Noviembre 2 de 2009

Delirio insomne

I

No atendí a la canción de la calle porque era un bodrio repetitivo, enajenante... pero el mundanal ruido que hago en mi departamento para ventilarlo y "purificarlo" parecía contener el estribillo del estribillo, ritornelo del ritornelo: "Y amándote, y amándote, y amándote". Obviamente, yo pensaba en otra cosa, pero el eco perdido, fundido y confundido en el aire saturado no cesaba: "Llamándote, llamándote, llamándote". Había que tolerar por más tiempo el pandemonio para repeler la pestilencia, una contaminación contra otra, mientras la imaginación trocaba en obsesión el aturdimiento, lo dibujaba, le daba color y relieve, lo esculpía y ponía en movimiento. Un yo vampírico cerraba los ojos y tocaba su frente, "llamándote, llamándote, llamándote". Ahora piensa en mí, ahora no pienses y solo ven a mí. Acude a este llamado, este de mi deseo, este de tu sangre. Déjate llevar y seducir por mi poder telepático. La telepatía requiere de una profunda concentración, que es lo más lejano entre tanta agresión como para anular la sensibilidad del menos aguzado. "Llamando té, llamando té, llamando té". No es casual que sean canciones de ofensiva simpleza las que lleguen a la mente cuando el entorno es opresivo y estresante y le impide pensar, no digamos crear; la capacidad imaginativa degenera, quizá como defensa instintiva de la reducción; quizá la monotonía es un precarísimo recurso de la memoria, como tabla de náufrago... ¡Basta ya de hostilidad que de tan cotidiana termina siendo normal! ¡Basta de invadir mi soledad! En la desesperada búsqueda, urgente y emergente, del silencio que no existe, una voz siguió "llamándote y amándote y llamando té". Logré conciliar el sueño a las cinco de la mañana, como siempre, sin llamar a nadie, sin amar a nadie y sin té; mi cerebro no produce melatonina suficiente para dormir de noche; necesito además tapones para los oídos y una máscara antigás...

II

Quisiera enterrarte una vez más, que seas palabra escrita en la arena de la playa, grito en los médanos del desierto, mensaje borrado y barrido por el viento, esparcido por el aire; quisiera abandonarte al pie de la eternidad, en las tinieblas de la memoria, donde yace la tragedia convertida en mentira, enmascarada, mimetizada con todo y, sobre todo, nada... tu recuerdo sepultado sin lápida ni cruz, carcomido "por la voracidad implacable del olvido", aplastado por el paso de las horas y los años, confundido con el rumor de las olas y el naufragio de barcos fantasmas. Que así sea, "fea como la soledad de los enfermos".

No era verdad que la bruja se vistiera de rosa, ni que el payaso borracho durmiera la mona. El viejo del costal no buscaba golondrinas en la esquina, sino a los niños que mataron a pedradas a su gato para arrancarles ojo por ojo y diente por diente, como ellos arrancaron de raíz las alas de su propia inocencia y quemaron vivo al sueño de vivir el sueño de vivir... La bruja no era bruja, sino travesti, y el payaso borracho camina dando tumbos por las calles del Desierto de los Leones, en donde no hay desierto ni leones, y sus lágrimas no son de cocodrilo ni de plañidera, sino de replicante; llora, gime, balbuce y balbucea; farfulla que todo es culpa de los judíos, que los gringos le robaron la idea, que los demandará por plagio. Que así sea.

III

A unas cuadras de mi destino, enfrascado en un embotellamiento exasperante que me había retrasado hasta entonces más de media hora, miré por el espejo retrovisor en el instante que la pareja del coche de atrás se abrazaba candorosamente y una de ellas besaba los ojos de la otra y la otra acariciaba el cabello de ella. Muy jóvenes, una morena y delgada, la otra blanca y un poco robusta, no dejaban de tocarse y sonreír, y confirmaban en la práctica mi teoría de que las mujeres bellas, cuando se aman, suman y multiplican su belleza. Los carros avanzaban unos metros y la pareja se separaba, pero una seguía acariciando la mejilla de la otra y la otra parecía acariciar con su mejilla la mano de ella. El tráfico se detenía por completo y las mujeres volvían a abrazarse. La lentitud vehicular me permitió verlas casi permanentemente. En algún momento (el mejor, para mi gusto) se besaron en la boca, interrumpieron el beso para decirse algo que les hizo reír y siguieron besándose. Por lo visto, no les importaba el tráfico ni les afectaba el ruido de los cláxones; su mundo estaba dentro del carro, feliz y enamorado, reducido al contacto recíproco entre ellas y nadie más. El exterior caminaba a paso de rueda y yo me dejaba contagiar por la energía relajante de los arrumacos, los besos, las caricias, los abrazos, las miradas que también son caricias... ¿Cuál es la prisa? El mundo tiene cosas buenas, a pesar de todo.

IV

Y fueron felices hasta ese instante.

V

He ahí mi obra, mi creación. He ahí el resultado terminal de noches enteras en vela, pensando qué escribir. Después de navegar a la deriva en las tórridas aguas de la imaginación, mi búsqueda llegó a buen puerto. Amainó la tormenta y conocí la claridad al nacer esta historia de amor apasionado, ardiente, delirante. Con la satisfacción de ver traducido mi empeño en algo acabado, por fin podré dormir. También yo estoy acabado, pero recuperaré la vitalidad con el sueño... el sueño de un lugar en ninguna parte.

[] Iván Rincón 3:50 PM

Octubre 29 de 2009

La gloria del bastardo

Quentin Tarantino es técnicamente infalible y eso lo hace seductor, pero eso hace del cine que hace una delicia aberrante, porque lejos de ser el genio que muchos cinéfilos ven, Tarantino es un demente... «Sórdido presagio», podría llamarse cualquiera de sus larguísimas secuencias que se resolverán en una súbita masacre, paroxística y pornográficamente gore, aunque sin sexo. La técnica impecable incluye una gran audacia que varía en toda su obra nada más lo indispensable para ser siempre la misma. El autor se propone impactar y lo consigue; sabe que el espectador verá sus películas más de una vez y que lo hará a la expectativa del desenlace violento, el más violento posible, que nadie lo supere o por lo menos iguale. ¿Dónde quedó la bolita? ¿En qué momento entró un cuchillo al cuello? ¿Quién mató a descuartizador?

A diferencia de Tarantino, la mediocridad de Bratt Pitt nunca sorprende a nadie; aquí hace una burda imitación de Marlon Brando en el papel de El Padrino; mientras tanto, los vuelos de gran diva que Tarantino otorga a sus personajes femeninos tienen un efecto de búmerang; la sobreactuación parece otra imitación: Diane Kruger parece imitar a la también mediocre Demi Moore, y Mélanie Laurent parece una copia sin artes marciales de Uma Thurman, hasta ahora la creación femenina más sorprendente del director, autor de bodrios nauseabundos como guionista: Del crepúsculo al amanecer, por ejemplo, si acaso tiene algún mérito (además del table dance de Salma Hayek), es encabezar el cine de vampiros como la peor película de todas.

Lo pretendidamente original de Bastardos sin gloria, título de la más fastuosa realización tarantiniana, es que se trata de la Segunda Guerra Mundial en género western, y las palmas se las lleva, sin lugar a dudas ni a discusión alguna, el villano mayor de una película en donde los héroes son además villanos: asesinos seriales con descarnada crueldad al estilo apache, según el mito gringo. Christoph Waltz como detective nazi que se ha granjeado a pulso el mote de «Cazador de Judíos» es el villano por antonomasia: astuto, odioso, amanerado, chaparro y traidor, o sea, astuto, odioso...

El final de apoteosis pirotécnica/incendiaria y sanguinaria también es una audacia, en este caso histórica, pues plantea un desenlace bélico muy otro al que suponemos todos, una emboscada suicida que nadie con un ápice de inteligencia militar permitiría, y un martirologio heroico, estoico y cien por ciento cinematográfico, porque salvo en el fanatismo árabe (musulmán), ocurre nomás en el cine para inspirar la realidad, como lo entendía Goebbels, el ministro de propaganda nazi, autor de la tesis de que una mentira repetida suficientes veces termina siendo verdad, y como parece entenderlo también Tarantino al provocar un desahogo emocional del público judío/cristiano, gringófilo y nazifóbico por consenso multitudinario, que una vez repuesto del impacto vuelve a sufrir, no sin buena dosis de masoquismo, con el epílogo sádico.

The blood is money...

[] Iván Rincón 9:20 PM

Post-data muy posterior al post anterior

Hasta ahora me cea el veinte de que el final de Bastardos sin gloria, de Taradino, es un fusil del final de Brazil, de Terry Gilliam, película que se caracteriza por su originalidad (radical diferencia), un poco excéntrica y esquizofrénica, acaso como futurista, desfigurada y personalísima versión del clásico Don Quijote, que yo consideraba genial hasta que la compré en DVD y padecí el tedioso documental sobre el rodaje, que es una expresión de autoengaño deshonesto, valga la redundancia, en el que todos se creen genios y nadie reconoce, vaya, ni siquiera insinúa, la influencia de Orwell.

El trabajo más reciente de Terry Gilliam (ex integrante sobresaliente y sobreviviente de Monty Python, como seguramente saben los lectores de este blog), Tideland, también sería genial si no comenzara con una presentación personal... ¿Qué? ¿Soy un quisquilloso / intolerante? De acuerdo. Ambas películas son geniales y convendría tener la segunda en DVD para omitir esa presentación homófila / pedófila, que parece tener el singular propósito de predisponer al público.

Me permito este comentario tardío por aquello de que a veces la memoria es insondablemente caprichosa o caprichosamente insondable, o quizá más bien estoy haciéndome viejo.

[] Iván Rincón 6/12/09

Octubre 15 de 2009

Tan preocupante como el cambio climático es la ignorancia al respecto...

En 2004, un año diluviano, de lluvia incesante, perenne, al menos en la ciudad de la esperanza de que algún día escampara, coincidí con un amigo en el supermercado y, al salir, compartimos paraguas. Algo comentó él acerca del cambio climático, dando por hecho que era la causa del continuo chubasco y que además yo lo sabría. Algo dije entonces de la ignorancia en el tema. "¿Cuál ignorancia?", preguntó. "Si alguien ignora el cambio climático tampoco ha de saber en qué mundo vive". La contundencia de esta afirmación, desgraciadamente acertada, puso de manifiesto la ignorancia de mi amigo sobre la magnitud de la ignorancia que nos rodeaba. Yo había escuchado en Radio Educación a una locutora decir que la lluvia en abundancia era buena porque limpiaba el aire y regaba las plantas. Otra locutora de la misma estación se había referido al calentamiento global como un fenómeno alarmante sin explicarlo; después me enteré de que derrite el hielo y causa inundaciones al elevar el nivel del mar, tanto que puede borrar del mapa terráqueo en unas cuantas décadas a países formados por archipiélagos, como las Maldivas. "¿Cuántos planetas tiene la humanidad?", preguntó esta otra locutora, cual voz de la conciencia pública, pero al llegar el invierno exclamó: "¡Ahora sí hace frío! ¡Qué rico!" Durante aquel invierno, por cierto, el frío mató a una cantidad de gente en Sonora, donde el calor mató a otra cantidad de gente cuatro años después y un incendio mató a 49 niños menores de cuatro años el 5 de junio pasado, tragedias que tienen en común, además de la entidad federativa, menos previsión del gobierno en general y las autoridades sanitarias en particular que negligencia criminal en todo caso.

El 31 de diciembre de 2004 escribí:

Termina un año de tragedias para la humanidad, un año en el que nos familiarizamos con ellas, por ser algo cotidiano, y aprendimos a nombrarlas, una vez más. Palabras como exterminio y masacre, invasión y matanza, genocidio y barbarie, han sido el signo de los tiempos, la constante, lo de siempre, lo "normal", hasta parecer sinónimos de naturaleza humana y hasta que la devastación, el desastre, la catástrofe irrumpe con el nombre de tsunami, ola gigante causada en este caso por un terremoto. Como si no tuviéramos bastante con la ciudad de Fallujah o la región de Darfur, con la escuela de Beslan o la estación de Atocha, la bestia que llamamos 2004 ha dado un coletazo de agonía sobre las costas del océano Indico en doce países de Asia y África, arrasando todo cuanto encuentra a su paso. Como si no fuera suficiente la pandemia del sida y la hambruna, miles de cadáveres al aire libre amenazan con el contagio de su descomposición, es decir, con extender la ola de muerte y destrucción ahora en forma de enfermedades. Como si no resultara demasiado un millón de minas antipersonales en Sri Lanka, el maremoto las ha desenterrado para que naden entre los restos humanos y las prótesis, o esperen bajo los escombros. Vaya un fin de año macabro. Vaya caudal heredado al año entrante... y los siguientes.

Confieso que la ignorancia referida ese año de lluvia sustantiva en la charla con un amigo era la mía y que yo no sabía en qué mundo vivo, efectivamente, y más bien estaba entre quienes se creen bien informados por leer a diario La Jornada. ¡Qué vergüenza! Creerse informado acerca del cambio climático leyendo La Jornada es tan iluso como creerse actualizado en cuanto a cine yendo a la Cineteca Nacional con la mayor frecuencia posible. Ahora lo sé, pero entonces no sabía más que de reuniones en la cumbre del poder mundial para tratar el tema con la reiterada negativa de Estados Unidos, país rebasado por China pocos años después, a reducir la emisión de gases contaminantes y suscribir algún acuerdo que lo comprometa en tal sentido; si esa no era noticia, según el "criterio" de La Jornada, tampoco podía serlo el efecto invernadero, del que yo estaba enterado gracias a la televisión. ¡Qué vergüenza!

Han pasado cinco años de aquel ciclo tormentoso, en el que descubrí que la lluvia era opresiva a mi sensibilidad, seis años desde que dejé de ver televisión y tres desde que dejé de escuchar Radio Educación (este año me divorcié también de La Jornada), así que tengo la suerte de que mi pensamiento no está contaminado más que por el rencor, incluyendo por supuesto y desde luego el que me produce respirar gas y humo de cigarro y cloro y amoniaco todos los malditos días, y el veneno que exhalan todos los medios de transporte urbano, salvo las bicicletas, empezando por los peseros que, gracias al Gran Hermano, subieron las tarifas sin necesidad de invertir ni un peso en la compostura de sus fábricas rodantes de pura contaminación, que son literalmente asesinas, pero gozan de absoluta impunidad, como los lancheros que apestan a gasolina Puerto Escondido, además de quienes queman la basura, o como Granjas Carrol que ha causado un desastre ecológico y un inútil escándalo, o como las bestias que tengo por vecinos, que parecen perseguir el Record Guines de contaminación en un solo edificio, como si no bastara con el ecocidio panista en nuestra delegación política y el ecocidio perredista en la delegación vecina y la mierda canina en Portales Sur, que también es un caso para Ripley...

Este año fue el más caluroso desde hace siglo y medio y, según previsiones científicas, el calor irá en aumento y causará catástrofes cada vez mayores, cada vez más costosas en términos económico-sociales y humanos, cada vez más irreparables, pues la vocación contaminante de la especie humana puede más que la naturaleza sin adjetivos. No son solo corporaciones multinacionales, como suele señalar el estúpido reduccionismo de los ecologistas demagogos, las responsables de este caos, esta crisis continua que heredaremos a las generaciones venideras en los próximos 200 años; lo son también quienes dejan un rastro tóxico al transportarse, quienes acostumbran quemar la hierva seca para hacer nuevamente cultivable la tierra, quienes dejan basura y mierda en la vía pública, l@s imbéciles que fuman hasta en los parques, donde l@s ingenu@s hacemos ejercicio, quienes dejan escapar el gas o la gasolina, el aceite o el diésel, quienes tienen una compulsión frenética por oler cloro y amoníaco y creen que eso es limpieza... todos estos seres insignificantes hacen más daño al medio ambiente que cualquier corporación criminal, que produce bienes de consumo y de paso veneno en cantidades industriales, y destruye el ecosistema, como Granjas Carrol o las empresas de Kamel Nacif, que además explotan a sus trabajadores con la voracidad de una sanguijuela gigante y cuentan con la complicidad abyecta del poder formal prácticamente a su servicio.

En fin. Este año comencé a participar en Blog Action Day (¡ouh yea!), por lo que inscribí el blog y me informé durante los últimos días hasta donde pude, y descubrí el tamaño de mi ignorancia en el tema cambio climático, sobre el cual estamos comprometidos a hablar el día de hoy miles de bloggers o blogueros de todo el mundo. La información que reuní requiere de mucho tiempo más para sistematizarla y asimilarla y escribir algo interesante con ella, a diferencia de este bodrio, que por fortuna termina precisamente aquí. Fin.

[] Iván Rincón 6:33 PM